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son conceptos solidarios ya que, al cambiar uno de ellos, el otro también participa de sus
modificaciones.
Es sabido que la educación en general y la formación psicopedagógica en particular están
ligadas a condiciones de época. La urdimbre histórica se va desarrollando y se entretejen
procesos educativos que en algunos casos plantean rupturas respecto del proyecto
moderno. Otros, en cambio, solo desde el análisis simplista parecen diferenciarse, aunque
su estructura sustantiva conlleva el sello de la modernidad, la focalización en la vigilancia
y el control. La estructura moderna, los dispositivos escolares y sus modos de transmisión
se han sostenido a lo largo del tiempo y, en muchos casos, los vemos presentes en el hacer
cotidiano de la escuela.” (Catrambone, Ledwith. 2018)
Junto a estas características de la educación en general, se hace evidente la aparición de
la psicopedagogía, en el marco de posiciones biologicistas, con la mirada puesta en la
normalización del sujeto. Un modelo psicométrico centrado en las dificultades de
aprendizaje, signando al sujeto, como responsable del no aprender.
El paradigma imperante en los inicios remite a un formato de las ciencias, centradas en
lo observable y medible, por tanto, la psicopedagogía solo respondía a concepciones
conductistas en la búsqueda de respuestas uniformes, homogéneas, para formar parte de
lo común, lo esperable. Como consecuencia de este paradigma, es el docente el que
elabora la propuesta pedagógica con objetivos y actividades que promuevan el
aprendizaje, siendo el estudiante un mero actor pasivo cuyo aprender depende de los
estímulos planteados y provistos por el enseñante. Desde esta postura, la conducta y, por
ende, el aprendizaje, será observable, medible y cuantificable, sin permitir
retroalimentación ni pensamiento crítico.
Claramente, toda manifestación de la conducta y del comportamiento que no se ajustara
a la norma era reconocida como anómala. El comportamiento debía ser sancionado por
no cumplir con lo esperado. A través de esta mirada, se esperaba “normalizar” al
estudiante para que alcanzara los objetivos planteados, de la misma manera que el resto
de los estudiantes, sin tener en cuenta su estilo de aprendizaje, sus tiempos y maneras de
apropiarse del mismo.
Los cambios evidenciados con el paso del tiempo responden a varios factores, entre ellos,
a una posición epistemológica diferenciada que aborda las temáticas de la educación en
general y de la psicopedagogía en particular desde otros parámetros.