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SITUACIÓN LABORAL Y EDUCATIVA DE LAS MUJERES PARAGUAYAS,
CONQUISTAS Y DESAFÍOS
Cynthia Carolina, Núñez-Garrido
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Universidad Autónoma de Encarnación - Paraguay
Recibido 17/05/2022
Aprobado 21/08/2022
RESUMEN
Las mujeres han ganado espacios relevantes e importantes conquistas y desafíos en el
campo laboral y educativo. El objetivo de este artículo es caracterizar la situación de la
participación femenina en la sociedad paraguaya en términos de educación y mercado de
trabajo. La presente investigación es de carácter documental, como una técnica que
consiste en la selección y recopilación de información por medio de la lectura y crítica de
documentos y materiales bibliográficos. Se presentan datos estadísticos que permiten
comparar y discutir los datos femeninos y masculinos sobre el nivel educativo, ocupación
laboral y remuneraciones concernientes al mercado laboral. Se evidencian ciertas
desigualdades entre el hombre y la mujer en cuanto a la escolaridad, mercado laboral e
ingresos. Se plantean las razones de la existencia de las brechas entre géneros y se resaltan
las conquistas. Se concluye planteando cómo mejorar la situación de las mujeres
paraguayas en cuanto a la educación y al mercado laboral, en el que se resalta la necesidad
de creación de políticas públicas para que se generen las condiciones de cara a que estas
tengan protagonismo en concordancia con sus capacidades y méritos.
Palabras clave: situación educativa, mujeres, género, situación laboral.
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Magister en Metodología de la Investigación Científica (Universidad Autónoma de Encarnación). Correo
Electrónico: cynthia.nunez48@unae.edu.py
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Introducción
De los 7.252.000 habitantes de República del Paraguay, el 49,6% son mujeres con
una edad media de 27 años. Esa proporción en el área urbana alcanza el 51% y en la rural
un 47% (Ojeda, 2021). Aun con ese porcentaje, el grado de participación de las mujeres
en la educación, mercado laboral y políticas públicas sigue siendo baja.
El país es categorizado como uno de los más desiguales del mundo, en el que las
brechas de género alcanzan niveles extremos (Secretaria de Género, n.d.), y aunque los
gobiernos de países en desarrollo en las últimas décadas han realizado grandes esfuerzos
para mejorar los sistemas educativos, incrementar el nivel de educación y mejorar la
calidad (Gayoso & Ervin, 2016), aún hay mucho trabajo por realizar.
La evolución económica y cultural sucedida a lo largo de los últimos años en
Paraguay generó ciertas mejoras en el involucramiento de las mujeres en los trabajos
formales, todavía existen ciertas diferencias con relación al género masculino en varios
aspectos.Entonces ¿Podría decirse que la inclusión de las mujeres en el mercado de
trabajo está acompañada con cierto grado de discriminación?
Según González Betancor (2004), la discriminación se produce cada vez se niega
un puesto en el consejo de administración a una directora competente o que se le atribuye
un sueldo inferior al de un colega con la misma productividad y cuando se exige una
prueba de embarazo para considerar la candidatura de una mujer.
Por todo lo anterior, es trascendental que se generen espacios de discusión sobre
la participación femenina en la sociedad, que ayuden a diseñar e implementar estrategias
para mejorar los ambientes de cara al desarrollo pleno de las mujeres como importantes
integrantes de la sociedad, poseedoras de derechos y obligaciones.
Por lo tanto, este texto pretende revisar la situación de la participación femenina
en la sociedad paraguaya, en términos de educación y mercado de trabajo.
Educación femenina
Al observar el grado de escolaridad, en el área rural se presenta el nivel más bajo
en lo que se refiere al promedio de años de estudio. En este contexto las mujeres se
encuentran en desventaja, ya que presentan solamente 5.1 años de escolaridad promedio,
siendo superadas en más de tres años de estudio por los hombres urbanos (Organización
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de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 2008). Cabe
mencionar también que en la población masculina, la tasa de analfabetismo es inferior
(4,2%) en comparación con la femenina, 5,6%.
Según la FAO (2008), tanto en la educación inicial como en la Básica del 1er a
3er ciclo, los varones presentan mayor matriculación (51.5%) que las mujeres (48.5%).
En cuanto al número de mujeres que al menos inició el ciclo secundario, es de 39% entre
las madres y de 72% entre aquellas que no lo son (Binstock y Näslund-Hadley, 2013).
La significancia de los datos anteriores radican en que tener apenas 5 o 6 años de
escolaridad supone un “analfabetismo funcional” por la incapacidad del sistema de
desarrollar las competencias comprensiva y crítica del/a alumno/a, lo cual representa para
las mujeres rurales un obstáculo para el acceso al empleo y otros servicios, convirtiéndose
en un agravante de su pobreza (FAO, 2008).
En lo que respecta al análisis del sesgo de gastos en educación por género, hay
cierto favoritismo hacia los hombres basándose en la Encuesta de Ingresos y Gastos del
2001/2002, pero Gayoso y Ervin (2016) hallaron que la brecha de años de estudios y los
gastos en educación favorecen a las mujeres, pero todo lo anterior ¿realmente se refleja
en la participación laboral y el ingreso percibido?
Participación laboral e ingreso percibido
En la última década, se incorporaron al mercado de trabajo en América Latina y
el Caribe 22,8 millones de mujeres. Con este avance, más de 100 millones de mujeres
integran la fuerza laboral en la actualidad, lo que se traduce en cinco de cada diez mujeres
en edad de trabajar (OIT, CEPAL, ONU y PNUD, 2013).
En cuanto a la tasa de participación de mujeres en el mercado laboral en Paraguay,
tuvo un aumento con relación a los años anteriores. Sin embargo, aunque las mujeres
tienen un promedio de años de estudios similares al de los hombres, al analizar la
situación laboral aún existen importantes diferencias.
Al mirar las tasas de actividad por sexo en este país, se observa claramente que
las mujeres en cada grupo de edad presentan una situación más desfavorable con relación
a los hombres, donde la diferencia entre hombres y mujeres se encuentra en torno a los
20 y 30 puntos porcentuales (Ayala, 2014). La brecha de ocupación entre hombres y
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mujeres para el 2015 (26.94%) sigue siendo amplia a pesar de haberse reducido desde
1990 (38.49%) (Serafini & Egas, 2018).
Como consecuencia de la crisis por la COVID-19, la tasa de ocupación ha bajado
en 4,3 puntos porcentuales entre el segundo trimestre de 2019 y el segundo trimestre de
2020 (de 65,9% a 61,6%), con una baja mucho más fuerte entre las mujeres (6,4 puntos
porcentuales) que entre los hombres (2,0 puntos porcentuales) (Reinecke et al., 2020).
Serafini indica que "el trabajo por cuenta propia, como familiar no remunerado y
el empleo doméstico ocupan al 57,1% de las mujeres, cifra que se eleva al 78,3% en el
sector rural" (2018, p.7). En este sentido, Montalto y Achinelli (2014) mencionan que
esto podría deberse a que este tipo de ocupación permite dedicar un tiempo mayor al
cuidado de sus hijos y realizar las labores del hogar.
Se observa también que del total de personas que accede a un empleo formal en
el área urbana (557.259), el 57% son hombres y el 43% son mujeres, mientras que en el
área rural (141.115), el 71% son hombres y el 29% son mujeres. En ambas áreas, del total
de personas que acceden a un empleo formal, los hombres presentan condiciones más
favorables que las mujeres (Ayala, 2014). Entre las desventajas de la economía informal
se puede mencionar que no están regidos por la legislación laboral, las regulaciones de
seguridad social y los acuerdos combinados distinguidos.
El hecho de que las mujeres jóvenes se ocupen como trabajadoras no remuneradas,
según Serafini (2018), las afecta doblemente ya que, por un lado, no cuentan con recursos
propios y, por otro lado, la cultura patriarcal y adultocéntrica al interior de las familias
generan conflictos que se traducen en migración en el caso de las jóvenes rurales.
Aunque se observan ciertas mejoras con relación al grado de participación de las
mujeres en el mercado laboral, sería interesante revisar el porcentaje con trabajo decente.
Según la OIT, citada por Frutos (2015), el trabajo decente hace referencia a aquellas
labores productivas realizadas en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad
humana. Es un concepto que debe estar inserto en lo que es la calidad de vida laboral, en
todas las acciones que desarrolla ésta para generar placer, tranquilidad y beneficios a los
empleados de tal manera que pueda lograr el cumplimiento de los objetivos que se ha
propuesto la organización (Montoya, Mendez y Boyero, 2017).
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Sin embargo, en un estudio realizado por Montalto y Achinelli (2014) se resalta
que aquellas mujeres que siendo madres son cabezas de familia y se encuentran en
situación de pobreza, están en una condición inferior de elegir trabajos, ya que tienen que
repartir su tiempo entre el cuidado de los hijos y el mercado laboral, lo que podría indicar
que el enunciado anterior no se cumple en su totalidad en nuestro medio.
Vaca Trigo (2019) menciona que al existir una necesidad de generación de
ingresos de los hogares, muchas veces, la mayor participación de las mujeres en el
mercado laboral está sujeta a ser una medida de compensación del ingreso de los hombres
y no como un avance real hacía una mayor autonomía económica. Esto repercute en la
discriminación existente en los mercados laborales, resultando en una inserción precaria,
inestable y de baja calidad para las mujeres.
En cuanto a la inactividad, afecta particularmente a las mujeres (39,8%) en
comparación con los hombres (11,5%). Es más, en el sector rural la proporción disminuye
a 9,6% en los hombres y aumenta a 44,7% en las mujeres, ampliándose allí las brechas
entre hombres y mujeres (Serafini, Riera, y Montalto, 2019). Entre las principales razones
por las cuales las mujeres abandonaron su última ocupación se encuentran el término de
contrato y los motivos familiares o enfermedades (Montalto & Achinelli, 2014), siendo
distintos a los motivos expuestos por los hombres. Es por ello que Serafini, Riera, y
Montalto (2019) mencionan en cuanto sigue:
“Las razones de inactividad diferentes por área y sexo, indican la importancia de
analizar las restricciones que imponen a las mujeres sus roles tradicionales, la
ausencia de servicios de cuidado que faciliten la decisión de entrar al mercado
laboral, la falta de información sobre el mismo, los costos derivados de la
búsqueda de trabajo y la discapacidad (p.89).
Considerando que "el 65,2% de las mujeres señalaron que las más importantes
son las “labores del hogar” y los “motivos familiares”; frente a una proporción
similar de hombres que declaró estar “enfermo” y ser “anciano”,“discapacitado”,
“jubilado o pensionado" (p. 89)”.
Ahora bien, con la teoría de capital humano se sostiene que una mayor educación
proporciona mayor capital humano a los miembros de una sociedad en términos de
socialización, conocimientos y certificados para competir en el mundo laboral y del
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ingreso (Cardozo, 2005). Es más, se espera que, a mayor nivel educativo, aumente la
participación de la personas en la actividad económica, ya que existen mayores
oportunidades de empleo, así como mejores ingresos (Serafini, 2005).
No obstante, en Paraguay, aún se detectan brechas importantes con respecto a los
hombres y mujeres, ya que, según Alfonzo (2000), la educación terciaria es más rentable
para los hombres que para las mujeres, además de presentar menor variabilidad.
Aunque, Escauriza (2012) menciona que los retornos de la educación son mayores
para las mujeres que para los hombres, es decir, las mujeres acceden a mejores ingresos
cuanto más se capaciten a que los hombres y, de hecho, existe proporcionalmente mayor
cantidad de mujeres capacitadas que de hombres, también resalta que las mujeres en
promedio ganan menos que los hombres.
Al controlar las horas trabajadas y el nivel educativo, se encuentra que
permanecen los menores niveles de ingreso, ya que las mujeres continúan ganando menos
que los hombres: en promedio, 86,9% del ingreso masculino, aun teniendo las mismas
horas trabajadas y similar nivel educativo (OIT et al., 2013). Según Ortiz (2017), la
diferencia salarial entre 2009 y 2015 es aproximadamente 580.000 guaraníes, que
representa el 30% del promedio del ingreso medio de los hombres, concluyendo que poco
menos de la mitad del salario femenino se debe aumentar para alcanzar la igualdad
salarial. Arias (2016) menciona que un hombre recibe 23,3% más que una mujer con igual
educación.
Mientras que los hombres, en mayor proporción, acceden a trabajos que conceden
mayores ingresos por razón del nivel técnico o de la responsabilidad del cargo que ocupan
(Ortiz, 2017), la mayor parte de las actividades de las mujeres se agrupan en aquellas
que pueden considerarse como una prolongación de sus roles tradicionales dentro de la
familia, las cuales son poco remuneradas con relación a otros trabajos que requieren
niveles similares de educación y responsabilidad (Serafini & Imas, 2015). El empleo por
cuenta propia, en el servicio doméstico o como trabajadores familiares auxiliares no
remunerados, son categorías de empleo con remuneraciones más bajas y más vulnerables
(en comparación con el empleo asalariado), ya que que conllevan a un mayor riesgo de
un acceso limitado a la gama de derechos de empleo y protección social conferidos a los
trabajadores que tienen un contrato laboral formal (Vaca Trigo, 2019).
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Otra de la razones de la disparidad de ingresos podría estar provocada por el
inferior capital humano de la mujer y las trayectorias intermitentes de su carrera
profesional (González Betancor, 2004).
También podría deberse a la sobrecarga de tareas, ya sean domésticas, el cuidado
de los hijos y otras ocupaciones familiares. Aun cuando tengan una participación
importante en el mercado laboral, no pueden desatender las múltiples actividades del
hogar.
La edad es un factor individual que influye en la participación económica, donde
la mayor oferta de trabajo de las mujeres se da entre los 30 y 44 años, tramos de edad que
coinciden con una alta fecundidad (30-34) o con la existencia de niños pequeños en el
hogar. Sin embargo, a partir de los 45 años, la tasa de actividad femenina empieza a
disminuir, por lo que puede decirse entonces que mercado laboral penaliza la edad o, lo
que es lo mismo, prefiriendo a mujeres más jóvenes debido a su mayor educación
(Echauri & Serafini, 2011).
Mongelós (2015) menciona que uno de los principales obstáculos para el acceso
y promoción de las mujeres en el mercado laboral es la violencia de género, que sufren
en este ámbito.
¿Podría hablarse entonces de la existencia de un techo de cristal o suelo pegajoso?
El techo de cristal es un concepto relativo a los obstáculos que enfrentan las
mujeres que ejercen o aspiran a ejercer altos cargos (en igualdad de condiciones y salario)
en corporaciones así como en todo tipo de organizaciones, sean estas gubernamentales,
educativas y sin fines de lucro (Barberá, Estellé, y Dema, 2009) demeritando su nivel de
preparación y logros.
Ortiz (2014) indica que existen numerosos estereotipos respecto al sexo femenino
que, al mismo tiempo, pueden ser los causantes de esta limitación invisible:
Por ejemplo, se dice que las mujeres son menos competitivas y ambiciosas que
los varones, por lo que no negocian aumentos salariales. Quizás sea porque no les
interesa adquirir puestos con mayor responsabilidad o porque, simplemente, no
pueden permitírselo dada su larga lista de responsabilidades familiares. Otro de
los motivos del techo de cristal es la segregación en el mercado laboral, donde los
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hombres y las mujeres tienden a trabajar en diferentes sectores y tareas que se
valoran de forma desigual. (p. 9)
Estas constituyen barreras invisibles porque en concreto no existen políticas o normas
establecidas que les nieguen a las mujeres ese derecho a poder alcanzar los escalones más
altos en las empresas, a parte los estereotipos de género que ponen a la mujer en el dilema
de tener que elegir entre la vida profesional o la personal, o por el contrario, de lograr esa
intrincada conciliación de ambas (Ragazzo, 2018).
En contraposición al techo de cristal, la metáfora del suelo pegajoso hace
referencia a la complicada situación de un número elevado de mujeres que se encuentran
atrapadas en empleos con escasas posibilidades de ascender y con salarios bajos (Booth,
2007).
Una de las principales barreras para “despegarse” está asociada con la sobrecarga
de trabajo no remunerado, especialmente las responsabilidades de cuidado. Al analizar
los datos sobre el uso del tiempo para la región, se encuentra que las mujeres de los
hogares pertenecientes a quintiles más pobres trabajan de forma no remunerada en
promedio 14 horas semanales más que aquellas que pertenecen al quintil más rico formal
(Vaca Trigo, 2019).
Aunque no estén registrados en documentos con esas nomenclaturas, los puntos
mencionados anteriormente son situaciones que deben afrontar las mujeres en nuestro
país a través de luchas lentas y silenciosas.
Conquistas
Según Ayala (2014), las mujeres presentan mayores niveles de sindicalización con
respecto a los hombres en el país, manteniéndose la brecha en torno al 1,5 y 2 puntos
porcentuales entre el año 2010 y 2014.
Serafini e Imas (2015) indican que se verifica un aumento persistente de la jefatura
de hogar femenina, ya que en los últimos años el porcentaje de hogares que tienen como
jefa a una mujer ha pasado de 25,3% (2000) a 31,8% (2013), tanto en áreas urbanas como
rurales. Esto podría deberse a las transformaciones demográficas que agregan mejoras en
los indicadores educativos que benefician particularmente a las mujeres y su cada vez
mayor acceso al mercado laboral.
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Como punto positivo, también se destaca el brillante desempeño de las mujeres
paraguayas en sus áreas de trabajo y estudio, en el que las prestigiosas científicas han
ganado mucho espacio. Felippo (2021) resalta que de las 512 personas categorizadas en
el PRONII, 241 son mujeres y 283 investigadoras lideran 304 proyectos de CONACYT,
resaltando el rol importantísimo de las mujeres en la ciencia.
¿Qué se puede hacer para mejorar?
Es necesario insistir en el carácter transformador de la educación, considerando
que se lograron importantes cambios gracias a ella. Se debe continuar generando,
socializando y fortaleciendo los conocimientos tendientes a la existencia de la acción
liberadora, emancipadora e igualitaria de la educación.
Es fundamental dotar a las mujeres de las competencias y habilidades necesarias
para incorporarse al mundo laboral y político para que puedan defender sus derechos y
crear nuevas líneas para mejorar la calidad de vida de los suyos.
Se debe realizar una revisión, actualización y creación de las políticas blicas,
con el fin de que se generen las condiciones para que las mismas tengan mayor actuación
en concordancia con sus capacidades y méritos.
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