3
A lo largo de la historia, pero con especial relevancia durante la primera mitad del
siglo XX, los arquitectos ejercieron un liderazgo significativo en el diseño y la gestión de
las ciudades. Desde las estructuras de poder políticas, económicas y culturales se recurría
con frecuencia a su participación en la toma de decisiones mucho más allá de la mera
redacción de proyectos arquitectónicos. Dicha confianza se fundamentaba en su amplia e
intensa formación. Eran una élite profesional que había superado unos intensos y arduos
estudios universitarios que contemplaban tanto el diseño como la tecnología y el
humanismo. La arquitectura era, sin duda, una profesión de prestigio reservada a unos
pocos y su práctica diaria suponía unos honorarios profesionales considerables. La
escritora ruso-americana Ayn Rand en su novela “El manantial” retrataría de manera
magnífica la ambición y espíritu crítico de diversos profesionales de la arquitectura de
este periodo en su afán por mejorar y modernizar los edificios y las ciudades (Rand 1943).
Tan solo seis años más tarde, el cineasta King Vidor llevaría a la gran pantalla esta obra
literaria. La película homónima constituye todavía hoy un valiente manifiesto sobre el
papel que arquitectas y arquitectos deben jugar en la sociedad (Vidor 1949).
Sin embargo, la necesaria reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial
y el potente desarrollo industrial que se experimentó en Estados Unidos y al que se
añadirían pronto muchos otros países, cambiaron sustancialmente el panorama del
ejercicio profesional de la arquitectura en la cultura occidental. El gran crecimiento
demográfico y el aumento de los estándares de confort derivaron en una fuerte demanda
de edificación de obra nueva. Las ciudades comenzaron a crecer de manera vertiginosa
para dar cabida no solo a las nuevas viviendas, sino también a otros nuevos edificios
cuyas tipologías respondían a las tradicionales y nuevas necesidades de la sociedad como
la educación, la salud, la cultura, el transporte, etc.
Quizás abrumados por el creciente número de encargos profesionales, los estudios de
arquitectura redujeron progresivamente su espíritu crítico y sus aportaciones intelectuales
en lo relativo a la ciudad. Este fenómeno, que se acentuó en las siguientes décadas por el