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NUEVOS DESAFÍOS PARA LA SALUD GLOBAL: EMERGENCIA Y
REEMERGENCIA DE PATÓGENOS EN ÁREAS DE INTERFAZ
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María Marcela Orozco
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Recibido 31/11/20
Aprobado 25/1/21
En la actualidad, la emergencia y reemergencia de enfermedades se presenta como
uno de los mayores desafíos para la salud global significando una importante carga para
el bienestar de las personas y para las economías mundiales (Daszak et al., 2000; Yang et
al., 2020). Estudios sobre sus orígenes revelan que cerca de un 60% de los patógenos
emergentes son zoonóticos y casi un 72% de estos se originan en la fauna silvestre siendo
una gran proporción transmitidos por vectores (Jones et al., 2008). Una mirada profunda
y minuciosa permite evidenciar que el surgimiento de estas enfermedades es
consecuencia de la pérdida de biodiversidad como resultado de alteraciones en la salud
de los ecosistemas, y que los cambios ecológicos, conductuales o socioeconómicos que
propician su emergencia están vinculados a la degradación ambiental, el avance de las
fronteras productivas, la globalización, el comercio de especies silvestres, la resistencia
antimicrobiana y el cambio climático (Faust et al., 2018; Kock, 2014; Patz et al., 2004;
Plowright et al., 2017). En este contexto, los ambientes de interfaz generados entre
humanos y otras especies animales resultan nuevos escenarios de transmisión donde
puede ocurrir el salto de un patógeno atravesando las barreras entre especies o
spillover”, mediante la combinación perfecta de múltiples variables (Alexander et al.,
2018; Plowright et al., 2017).
Enfermedades que han provocado pandemias y epidemias como el síndrome de
inmunodeficiencia adquirida (SIDA), el Nipah, el Ébola, la fiebre de Lassa, la fiebre
1
Resumen del artículo utilizado para el desarrollo de la conferencia. El artículo completo se encuentra
disponible en la Saeta Digital de Salud, www.unae.edu.py/ojs
2
Dra. en Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires. Investigadora adjunta en el Instituto de
Ecología, genética y evolución de Buenos Aires, IEGEBA-CONICET/ FCEN-UBA
marcelaorozco.vet@gmail.com.
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hemorrágica de Crimea-Congo, la enfermedad de Marburgo, la fiebre del valle del Rift,
el síndrome respiratorio de Oriente Medio, el síndrome respiratorio agudo grave y la
COVID-19 son ejemplos de este tipo de procesos. A continuación, resumimos los
principales aspectos de cada una de estas enfermedades en torno a sus principales
reservorios animales y a los vínculos que dieron lugar a su emergencia y/o reemergencia
en el marco de cambios ambientales antropogénicos.
En 1931, estudios sobre una epidemia que afectó a ovejas en una granja en el Valle
del Rift en Kenia, África, permitieron detectar un arbovirus perteneciente a la familia
Phenuiviridae (Daubney et al., 1931). El virus afecta al ganado vacuno, ovino, y caprino,
y también a los camélidos, y tiene la capacidad de infectar a las personas causando la
denominada fiebre del Valle del Rift. Los humanos se infectan mediante el contacto con
animales que portan el virus, por ingestión de subproductos y por inhalación de aerosoles,
y también se reportó la transmisión vectorial a personas (Wright et al., 2019). En la década
de 2000, la enfermedad se extendió fuera de África y actualmente se considera una
enfermedad infecciosa emergente en Europa y Asia (Tong et al., 2019), de transmisión
fundamentalmente vectorial, cuya diseminación se ve fuertemente propiciada por la
globalización, que resulta en beneficio de sus vectores artrópodos, principalmente
mosquitos (Javelle et al., 2020; Pepin et al., 2010).
En 1944 se identificó por primera vez un virus de la familia Nairoviridae en
Crimea (ex Unión Soviética). El mismo virus se reportó en 1956 en el Congo Belga
(actual República Democrática del Congo) y por su localización en ambas regiones, la
enfermedad fue denominada fiebre hemorrágica de Crimea-Congo (CCHF). En 2016 la
enfermedad se describió por primera vez en España (Negredo et al., 2017) y hasta la fecha
se ha documentado en numerosos países de Europa, Asia y África. El virus se mantiene
en un ciclo silvestre que involucra garrapatas, principalmente del género Hyalomma, y
diversas especies de vertebrados incluido el ganado (Spengler et al., 2016). El cambio
climático y las actividades antrópicas se consideran los principales impulsores de la
reemergencia de CCHF por sus efectos sobre la ecología de las poblaciones de reservorios
y vectores (Jameson et al., 2012). Los movimientos de animales domésticos y silvestres
con sus garrapatas se han asociado a la expansión del virus hacia áreas alejadas de
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regiones endémicas (Estrada-Peña et al., 2012; Palomar et al., 2013). Las aves,
especialmente las especies migratorias, también se consideran un vehículo importante
para el movimiento de garrapatas a larga distancia (De Liberato et al., 2018; Gale et al.,
2012). Las garrapatas infectadas en nuevas regiones pueden infectar a los humanos y
provocar un brote en personas, mientras que las garrapatas no infectadas pueden ingresar
al área y establecer nuevas poblaciones capaces de mantener este u otros patógenos
(Spelengler 2019).
En 1967 en Alemania y Serbia (ex Yugoslavia), un grupo de científicos se
encontraba realizando experimentos con primates cercopitecos (Chlorocebus aethiops)
que habían sido importados desde Uganda, naturalmente infectados con el virus de
Marburgo (MARV). Este filovirus altamente patógeno causa una enfermedad
hemorrágica similar al ébola (Ristanović et al., 2020; Siegert et al., 1967). Años más tarde
se identificaron esporádicamente casos de MARV en África y en 1999 un brote afectó a
trabajadores de una mina de oro en Durba, República Democrática del Congo. El brote
más grande ocurrido hasta la fecha se registró en niños en Angola en 2005 (WHO, 2017).
El murciélago frugívoro egipcio Rousettus aegyptiacus ha sido postulado como el
principal reservorio de MARV y hasta 2017 se han informado casos esporádicos de
turistas y mineros enfermos que podrían haberse infectado al ingresar a cuevas habitadas
por esta especie (Roberts & Kemp, 2001; Towner et al., 2007; WHO, 2017).
El virus Lassa, un arenavirus, fue identificado en 1969 en Nigeria, si bien el virus
se conocía desde la cada de 1950. Provoca una enfermedad sistémica diseminada
caracterizada por una fiebre hemorrágica y su reservorio natural es la rata común africana
Mastomys natalensis (McCormick et al., 1987; Richmond & Baglole, 2003). El virus se
transmite por contacto con excreciones o secreciones de roedores infectados que
contaminan alimentos y agua que luego son utilizados por las personas, o bien por la
ingesta de las ratas, que se consideran un manjar en algunas zonas (Richmond & Baglole,
2003; Ter Meulen et al., 1996). Además, puede transmitirse entre personas por contacto
directo con sangre u otros líquidos corporales. La enfermedad es endémica en países de
África occidental como Nigeria, Liberia, Sierra Leona y Guinea (WHO, 2020a) y provoca
una gran cantidad de muertes al año, aunque entre el 70 y el 80% de los casos son
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asintomáticos o muy leves (WHO, 2020a). Si bien la fiebre de Lassa ha sido
tradicionalmente vinculada a malas condiciones de salubridad, los últimos brotes se han
asociado a una explosión demográfica en algunas áreas en correspondencia con la
deforestación a gran escala (Adetola & Adebisi, 2019).
A principios de la década de 1980 un nuevo patógeno, un retrovirus, fue
identificado como el agente causal del síndrome de inmunodeficiencia adquirida en
humanos (CDC, 1981), una enfermedad de transmisión principalmente sexual que ha
infectado más de 75 millones de personas y 32 millones han muerto por enfermedades
relacionadas con la enfermedad (Avert, 2020). El virus, denominado virus de
inmunodeficiencia humana tipo 1 (HIV-1), tiene como precursores a virus de
inmunodeficiencia de simios (VIS), endémicos en varias especies de primates de África
(Hahn et al., 2000; Sharp & Hahn, 2011). HIV-1 comprende cuatro linajes (M, N, O y P),
cada uno de los cuales es el resultado de un evento de transmisión entre especies
independiente. Estos linajes difieren en su distribución dentro de la población humana
siendo el grupo M el causante de la forma pandémica, estrechamente relacionado con
cepas VIS de chimpancés en el sur de Camerún (Keele et al., 2006). La transmisión de
las cepas de simios a los humanos puede haber ocurrido por exposición cutánea o mucosa
a sangre y / o fluidos corporales de animales infectados, posiblemente a través de la caza
y/o consumo de carne silvestre (Peeters et al., 1997) siendo el grupo N de surgimiento
más reciente. Actualmente está aumentando la diversidad genética y biológica de los
subtipos del grupo M de los virus circulantes (Sharp & Hahn 2011).
En 1998 la emergencia de un paramixovirus de alta patogenicidad se informó por
primera vez en una aldea en Malasia, afectando a la población humana (Chua, 2000;
Farrar, 1999). Varias especies de murciélagos frugívoros, principalmente Pteropus spp.
(Halpin et al., 2011; Vijayreddy Vandali et al., 2018) fueron identificados como los
reservorios del patógeno causante de la enfermedad de Nipah, mientras que los cerdos
funcionan como amplificadores virales. La transformación de los ambientes naturales de
estas especies de murciélagos con fines productivos ha sido considerada uno de los
principales impulsores del surgimiento de esta enfermedad (Daszak et al., 2013; Singh et
al., 2019), que años más tarde se observó en otros países del sur y sudeste de Asia (Majid
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& Majid Warsi, 2018). Diversos estudios determinaron que el virus se transmitió primero
a los cerdos domésticos mantenidos en granjas bajo cría intensiva, provocando una
enfermedad respiratoria, y desde allí saltó a los humanos. Los primeros cerdos se
infectaron ingiriendo frutos de árboles que alojaban a los murciélagos que habían perdido
sus hábitats naturales a causa de la deforestación y las quemas masivas para producción
de palma aceitera. El contacto de personas con los hospedadores reservorios o
amplificadores provoca la infección. La exportación de cerdos infectados incrementó
sustancialmente la dispersión de la enfermedad (Chua, 2000; Chua et al., 2002; Daszak
et al., 2013).
A fines del 2013 la Organización Mundial de la Salud alertó sobre un nuevo brote
de virus del Ébola en humanos en África Occidental, una enfermedad letal causada por
un virus de la familia Filoviridae, detectado por primera vez en 1976 en Zaire, África
(actualmente República Democrática del Congo) (WHO, 2020b; Rajak et al., 2015).
Hasta la actualidad se han reconocido cinco variantes del virus: ebolavirus de Zaire
(ZEBOV), ebolavirus de Sudán (SEBOV), ebolavirus de Côte d’Ivoire, ebolavirus de
Bundibugyo (BDBV) y ebolavirus de Reston (REBOV). Dicho brote, que se extendió
hasta 2016, es considerado el más grave ocurrido hasta la fecha, provocando 28.652
infecciones humanas y 11.325 muertes (WHO, 2020b; Wiwanitkit, 2014), seguido por el
último brote en la República Democrática del Congo, iniciado en 2018 y hasta la fecha
vigente (WHO, 2020b). Varios estudios demostraron que el virus emerge de forma
episódica desde la naturaleza a los seres humanos, los que se infectan por contacto directo
con animales silvestres vivos o muertos que portan el virus (Jezek et al., 1999). Si bien el
reservorio natural del ébola aún no se ha confirmado (Rajak et al., 2015), murciélagos
frugívoros, principalmente Hypsignathus monstrous, Epomops franqueti y Myonycteris
torquata, son hospedadores naturales del patógeno en África, y en ellos el virus puede
persistir de forma asintomática o subclínica. Los murciélagos pueden transmitir el ébola
a especies silvestres como chimpancés, gorilas, babuinos, antilopes y monos verdes
africanos, por consumo de frutas parcialmente ingeridas (Groseth et al., 2007; Judson et
al., 2016; Leroy et al., 2005). De manera similar a lo sucedido con HIV, a través de la
caza y el consumo de fauna silvestre, el virus llega a las personas, entre las que se
transmite a través del contacto directo con fluidos corporales, o de forma indirecta por
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superficies o material contaminado en el ambiente. Las prácticas funerarias tradicionales
de la región también representan una situación de riesgo. Otras formas de transmisión
incluyen infecciones adquiridas en el hospital y prácticas de higiene inadecuadas (Dowell
et al., 1999; Rajak et al., 2015).
En los últimos veinte años los coronavirus se han convertido en los principales
patógenos emergentes responsables de brotes de enfermedades respiratorias zoonóticas
graves (Cui et al., 2019; Wu et al., 2020). Los coronavirus son virus de ARN de cadena
simple con apariencia de corona debido a la presencia de glucoproteínas de pico en la
envoltura. La familia Coronaviridae, subfamilia Orthocoronavirinae está conformada por
cuatro géneros: alfacoronavirus, betacoronavirus, deltacoronavirus y gammacoronavirus.
Los murciélagos y los roedores son las fuentes genéticas más frecuentes de
alfacoronavirus y betacoronavirus, mientras que las aves parecen representar las fuentes
genéticas de deltacoronavirus y gammacoronavirus. Hasta la fecha se han identificado
siete coronavirus capaces de infectar a los humanos: HCoV-OC43, HCoV-HKU1, HCoV-
229E, HCoV-NL63, SARS-CoV, SARS-CoV-2 y MERS-CoV (Anthony et al., 2017a).
En noviembre de 2002 fueron reportados varios casos de neumonía atípica de
causa desconocida en la provincia de Guangdong, al sur de China. Para mediados de
febrero de 2003 ya se habían reportado más de 300 casos en Hong Kong, y la enfermedad
fue llamada Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) (Cherry & Krogstad, 2004;
Xu et al., 2004). La epidemia, causada por un betacoronavirus, el SARS CoV, se extendió
a 29 países con 8422 casos y 916 muertes; y se controló dentro de los 7 meses de su
aparición original. La tasa de mortalidad de la enfermedad fue de aproximadamente el
10% y el virus presentó una alta transmisibilidad entre humanos (Xu et al., 2004).
Actualmente se reconoce el origen del SARS CoV en murciélagos, y se describe que el
salto zoonótico ocurrió involucrando hospedadores intermediarios comercializados en
mercados húmedos de China (Hu et al., 2017; Song et al., 2005). El SARS CoV fue
aislado en civetas de palma del Himalaya (Paguma larvata), y se había encontrado
evidencia de infección en una especie de mapache japonés (Nyctereutes procyonoides) y
en un hurón tejón chino (Melogale moschata) (Guan et al., 2003; Song et al., 2005).
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Desde 2005 se han detectado una gran cantidad de coronavirus relacionados con
el SARS-CoV en murciélagos en diferentes áreas de China (Ge et al., 2013). Luego de 15
años de estudio, un estudio publicado por Hu y colaboradores (2017) evidenció que el
antecesor directo de SARS-CoV pudo haberse originado después de eventos de
recombinación secuencial entre los precursores de estos coronavirus hallados en
diferentes especies de murciélagos de herradura (Rhinolophus sinicus) que convivían en
cuevas en Yunnan, China. El trabajo reportó los genomas de once cepas de SARS-CoV
que reunían todos los componentes básicos del genoma del SARS-CoV, incluidos los
genes altamente variables (Hu et al., 2017). Estudios serológicos en humanos de la región
evidenciaron exposición a estos coronavirus, previa al brote (Wang et al., 2018).
En 2012 el MERS-CoV, causante del síndrome respiratorio del Medio Oriente
(MERS), se identificó por primera vez en Arabia Saudita (Assiri et al., 2013; WHO,
2020c). Desde entonces se han notificado casos de MERS en 27 países y se han
confirmado cerca de 2500 casos, ocurriendo más del 80 % en la península arábiga. Los
últimos casos se reportaron en 2018 (WHO, 2020c). La mortalidad asociada a los casos
es del 34,5 % y la transmisión entre personas ocurre por contacto estrecho, generalmente
en entornos hospitalarios sin protección adecuada (WHO, 2020c; Yang et al., 2020). Su
origen lejano se sitúa probablemente en los murciélagos en los que se hallaron varios
coronavirus relacionados con MERS (Anthony et al., 2017b). Los dromedarios son el
reservorio principal de las infecciones humanas, aunque los mecanismos de transmisión
aún no son claros (Dudas et al., 2018; Mohd et al., 2016). El MERS CoV es enzoótico en
poblaciones de dromedarios de África y Asia, y en esta especie las infecciones son
frecuentemente leves o no aparentes, generalmente respiratorias (Chu et al., 2014). Los
dromedarios son utilizados con fines productivos (carne, leche), deportivos y religiosos,
y con frecuencia son transportados por las personas desde el Cuerno de África hasta el
Medio Oriente (Younan et al., 2016) lo que podría explicar la transmisión y la distribución
geográfica predominante del brote.
Más recientemente, el 31 de diciembre de 2019 se notificó ante la Organización
Mundial de la Salud (OMS) en China, la ocurrencia de infecciones respiratorias
desconocidas en Wuhan (Zhu et al., 2020). La etiología de esta enfermedad se atribuyó a
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un nuevo virus altamente transmisible, el SARS-CoV-2, denominado así por su similitud
con el virus que causó el brote de SARS (Gorbalenya et al., 2020). SARS-CoV-2 y SARS-
CoV-1 utilizan la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2) como receptor celular
en humanos y comparten cerca de un 79% de identidad de secuencia genética (Lu et al.,
2020; Yan et al., 2020). A un año del inicio del brote, el Informe de situación de la OMS
registra más de 66 millones de casos y más de un millón y medio de muertes humanas
(WHO 2020d).
Se postula que el origen más probable para el SARS-CoV-2 son virus hallados en
murciélagos, y que el virus saltó la barrera entre especies hacia los humanos, pasando por
un hospedador intermediario aún desconocido. Hasta la fecha, un betacoronavirus hallado
en 2013 en murciélagos Rhinolophus affinis en Yunnan se postula como posible ancestro
del virus actual, presentando un 96,2% de homología en su genoma con el SARS-CoV-2
(Zhou et al., 2020). Si bien se han identificado virus estrechamente relacionados en
pangolines de Malasia (Manis javanica) confiscados (Lam et al., 2020), estudios recientes
demostraron la ausencia de este y otros coronavirus en muestras biológicas de pangolines
obtenidas en años anteriores a los decomisos, por lo que se sugiere que la positividad
detectada (Lam et al., 2020) podría estar asociada con la exposición a otras especies
infectadas, incluidos los humanos (Lee et al., 2020). Hasta la fecha, no hay evidencia
epidemiológica de transmisión directa o indirecta del SARS-CoV-2 de animales silvestres
a personas si bien el comercio de fauna parece haber jugado un rol clave en el origen de
la pandemia de COVID-19 (Lee et al., 2020).
Se conoce que SARS-CoV-2 es capaz de infectar una amplia gama de
hospedadores animales, tanto domésticos como silvestres (Olival et al., 2020; Shi et al.,
2020). Infecciones naturales con un posible origen en humanos infectados, y ensayos
experimentales demostraron la susceptibilidad de felinos domésticos y silvestres, perros,
hurones, conejos, hámsteres sirios dorados, macacos rhesus, monos verdes africanos,
monos tití, mapaches japoneses y visones (Freuling et al., 2020; Hammer et al., 2021; Lu
et al., 2020; Rockx et al., 2020; Shan et al., 2020; Shi et al., 2020; Sia et al., 2020;
Woolsey et al., 2020). Varios casos de SARS-CoV-2 en felinos silvestres infectados
mantenidos en cautiverio en zoológicos (McAloose et al., 2020) fueron reportados desde
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el inicio de la pandemia. Algunas de estas especies además fueron capaces de transmitir
eficientemente el virus a otros individuos (Freuling et al., 2020; Shi et al., 2020; Sia et
al., 2020).
Recientemente se llevaron a cabo varios estudios in silico que, considerando la
estructura del receptor ACE2, modelaron el riesgo de infección de diferentes taxones
(Damas et al., 2020; Melin et al., 2020). Un total de 18 especies, incluyendo primates del
Viejo Mundo y grandes simios, resultaron de muy alta susceptibilidad por portar una
estructura de ACE2 idéntica a la humana. Diversas especies de cetáceos, roedores,
cérvidos, primates y xenartros mostraron alta susceptibilidad incluyendo al oso
hormiguero gigante y al tamandúa (Damas et al., 2020). Entre las 103 especies que
puntuaron muy alto, alto y medio, el 40% se clasifican en una de las tres categorías de
amenaza de la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza (UICN) (Damas et al., 2020).
Una mención especial merece la situación de los visones, los que han sido hallados
infectados en granjas peleteras de Holanda, Dinamarca, España, Italia, Estados Unidos,
Suecia, Grecia y Lituania. Inicialmente se observaron altas tasas de mortalidad en los
planteles y los animales infectados presentaron signos respiratorios y gastrointestinales
(Hammer et al., 2021; Molenaar et al., 2020). Entre mayo y noviembre de 2020 se
detectaron en Holanda y en Dinamarca, humanos infectados con variantes del SARS-
CoV-2 asociadas con visones de cría, y algunos estudios sugieren que el virus podría
haber evolucionado en los criaderos (Oreshkova et al., 2020; Oude Munnink, 2020a;
Oude Munnink, 2020b). A fin de noviembre de 2020 se notificó la ocurrencia de una
nueva variante llamada "cluster 5” y las autoridades de Dinamarca anunciaron el
sacrificio de más de 17 millones de visones de cría y un programa de monitoreo y
cuarentena en poblaciones humanas de la región (Hammer et al., 2021).
La emergencia de SARS-CoV-2 ha provocado una de las mayores pandemias de
la historia mundial. Su estudio es un proceso dinámico asociado a grandes interrogantes
que esperan ser dilucidados.
Conclusiones
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En la actualidad, las acciones en torno a la emergencia y reemergencia de
patógenos dependen en gran medida de mitigar el impacto de estas enfermedades una vez
que han surgido (Daszak et al., 2013). A pesar de la comprensión cada vez mayor del
proceso a través del cual ocurren los saltos zoonóticos, resulta incomprensible que hasta
la fecha no se haya podido predecir ninguna pandemia antes de que ocurra (Daszak et al.,
2013; Morse et al., 2012). Hace más de 10 años, Jones y colaboradores alertaban sobre la
equivocada asignación de los recursos globales para contrarrestar el surgimiento de
nuevas enfermedades, señalando una orientación geográfica errada (Jones et al., 2008).
Existe una demanda urgente de estudios de campo sobre la ecología de las
poblaciones de especies reservorios y vectores de enfermedades, e investigaciones más
exhaustivas sobre el origen y la fisiopatología de estas infecciones en animales y las
condiciones que propician cada spillover (Cui et al., 2019; Rajak et al., 2015). Resulta
clave entonces comenzar a orientar las estrategias de gestión y vigilancia de enfermedades
en fauna silvestre (Daszak et al., 2013; Kelly et al., 2017; Rajak et al., 2015).
Como fue descripto, muchos de los ciclos de transmisión de patógenos que hoy
provocan enfermedades emergentes en los humanos ocurren en ecosistemas naturales
desde el pasado. La degradación de los ambientes naturales, el uso indiscriminado de los
recursos, la globalización y las prácticas tradicionales de utilizar la fauna silvestre para la
alimentación y la medicina que aún se observan en algunas partes de Asia y de África,
han propiciado la exposición de los humanos, sin inmunidad específica, a estos agentes.
En entornos de interfaz algunos hospedadores, patógenos y vectores son capaces de
adaptarse y evolucionar, persistiendo a lo largo del tiempo. Es por ello que el abordaje de
los impulsores de la emergencia de patógenos es urgente para prevenir nuevas pandemias
(IPBES, 2020; O’Shea et al., 2014; Woolhouse & Gowtage-Sequeria, 2005).
Actualmente, uno de los mayores desafíos a los que la pandemia de COVID19
enfrenta a los seres humanos es evitar la propagación del virus hacia poblaciones naturales
de fauna silvestre. En el contexto mundial, siendo los humanos el principal reservorio de
SARS-CoV-2 y existiendo un elevado número de personas infectadas incluso
asintomáticas o presintomáticas, las medidas precautorias en ambientes silvestres resultan
esenciales. Varios estudios han alertado sobre las consecuencias de la eventual
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transmisión de SARS-CoV-2 a la fauna silvestre. Las implicancias incluyen amenazas
para la conservación de la biodiversidad y la obstaculización de las estrategias de control
de la pandemia (Gryseels et al., 2020; Messenger et al., 2014; Olival et al., 2020). El
establecimiento de nuevos reservorios silvestres de los virus capaces de causar
infecciones humanas, e incluso la persistencia de SARS-CoV-2 en la fauna con
posibilidades de evolucionar o recombinarse con otros virus, resulta especialmente
relevante en torno a la efectividad de las vacunas y al monitoreo epidemiológico (Olival
et al 2020). Por su parte, en las especies silvestres el SARS-CoV-2 podría causar daños
en la salud que van desde la disminución del rendimiento y las alteraciones inmunológicas
hasta la mortalidad, cobrando especial relevancia para especies en peligro de extinción
(Damas et al., 2020). Incluso en ausencia de efectos patógenos para las especies silvestres,
la ocurrencia del SARS-CoV-2 en la fauna podría generar posibles conflictos con las
personas.
En esta era de profundos cambios ambientales, la prevención de la emergencia y
reemergencia de patógenos requiere, sin lugar a dudas, de enfoques integrales y
multidisciplinarios como la estrategia “Una Salud” (Cunningham et al., 2017; Kelly et
al., 2017; Osterhaus et al., 2020), que permitan entender, atender y abordar el rol de los
humanos en la salud de los ecosistemas y prevenir futuras pandemias.
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